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viernes, 14 de febrero de 2014

Caminante sin meta (SEPTEMBER 7, 2013 · 9:10 PM)

Septiembre es mi Enero. Las primeras lluvias tras el largo verano me traen nuevas esperanzas de transformar mis ilusiones, mis propósitos, mis objetivos, aunque termine todos los años abocada a esta apatía existencial, tras evidenciar como mis intentos de trazar mi propia línea en la vida desaparecen sin dejar rastro, como dibujadas en el agua. Tan sólo una huella en el corazón, eso mismo que la gente suele llamar “experiencia”.
El caso es que irremediablemente siempre vuelvo a intentarlo. Quizás sea producto de mi mente bulliciosa, de mi curiosidad insaciable, o simplemente instinto de supervivencia darwiniana, ya que si desistimos, todo habrá terminado.
Así las cosas, desde hoy comienzo una rutina autoimpuesta por ¿salir de la vida sedentaria (es lo que tiene la condición de estudiante prorrogada con contrato indefinido)? ¿llevar una vida sana? ¿luchar contra mi inminente celulitis? ¿o arrastrada por las modas que aparecen en las revistas de belleza?
Salir a caminar. Yo no sé lo que es hacer ejercicio en serio. Sin embargo parece ser que caminar es en sí misma una actividad muy saludable: reduce el colesterol, previene la diabetes, mantiene la presión arterial a raya, mantiene los huesos en buen estado (todo esto suena a conversación postmenopáusicas), y lo que más me interesa: mejora el estado de ánimo y es eficaz contra el insomnio.Mens sana in corpore sano, veamos si así puedo mantener a raya mis ataques de pánico.
He caminado durante 45 minutos a paso ligero y firme, sin detenerme. Posteriormente, he recorrido unos 20 minutos de manera más relajada, paseando. He decidido adentrarme en calles que no suelo transitar, que prácticamente no conozco. No he sabido con certeza hacia donde me dirigía, ni me interesaba tampoco especialmente ese punto, ya que el objetivo de la actividad es simplemente caminar.
Caminar sin una meta o un destino que alcanzar. Algo tan insignificante como eso ha transformado mi experiencia: La ciudad y yo. Abandonando por un rato la casa, abandonando las calles que recorro habitualmente, que forman parte de mi cotidianidad, y encontrarme en soledad ha sido como un pequeño exilio. Una nueva perspectiva, salir de mi habitual extrañamiento con el mundo para adentrarme en uno nuevo. De una manera muy similar a la que ocurre en mi vida, soy una caminante sin meta. Me detengo así a deleitarme en lo transitorio, en lo volátil, en lo efímero: las miradas que cruzo con los desconocidos transeúntes. Nuevos grafittis en las fachadas. Anuncios de circos y conciertos despedazados y descoloridos en los muros. Obras cubiertas de sucia arena gris. El cemento de las fachadas oscurecido por el paso del tiempo, las lluvias y la polución. Excrementos de perro por todas partes que terminan convirtiéndose en el polvo que respiramos. Soy una cucaracha marrón.
La ciudad es un lenguaje. Voy a convertir el caminar en una nueva forma de pensar.

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