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viernes, 25 de noviembre de 2011

¿Existe enajenación tal y como la entendía Marx en el mundo laboral actual?

Voy a intentar hacer una reflexión acerca de la enajenación en el mundo actual. Sabemos que el contexto en el que vivió Marx es bastante distinto al actual sin embargo creo que puede ser interesante debido a los tiempos de crisis en los que vivimos. Me centraré sobre todo en el sector turístico de los países del primer mundo porque es el que mejor conozco.


Analizando primeramente en qué dimensiones Marx afirma que se produce la enajenación del hombre en el trabajo, sabemos que éstas son 4:

1) Enajenación del hombre con el producto de su trabajo.

2) Con el acto de producción.

3) Como ser genérico.

4) Del hombre respecto al hombre.


Estamos hablando de un contexto en el que las que las familias abandonaban (eran expulsadas de) sus campos para trabajar, todos y cada uno de ellos incluyendo los niños a cambio de un sueldo mísero, en las urbes, donde se levantaban grandes fábricas que el desarrollo tecnológico del momento llenaban de máquinas que permitían, mediante la división del trabajo, grandísimos beneficios para los propietarios de esos medios de producción, es decir, los capitalistas burgueses.

Los proletarios trabajaban ante una maquina realizando un solo movimiento de manera repetitiva durante jornadas larguísimas, en unas condiciones infrahumanas y sin los derechos laborales de los que ahora disponemos.


El contexto laboral actual en los países desarrollados es bastante distinto al contexto laboral contemporáneo a Marx. Se han ido alcanzando unos derechos laborales, depende del convenio pero a grandes rasgos se puede hablar de la jornada laboral de 40 horas semanales, indemnizaciones por despido, vacaciones pagadas, etc.


Con el nacimiento de la sociedad del bienestar las familias pudieron obtener crédito para realizar compras que anteriormente no hubiesen podido contemplar, tales como coches, electrodomésticos, y con las vacaciones pagadas, la realización de viajes (ocio). Con el desarrollo económico del último siglo el sector terciario, el sector de los servicios, ha ido creciendo de manera muy significativa, configurándose como el sector más importante dentro del PIB en los países del primer mundo.


La característica más destacable del sector servicios es la intangibilidad. Es un producto que no puede comprobarse antes de su adquisición, del cual se dispone y se produce en un momento y lugar determinados: la recepción en un hotel, la traducción de una guía turística en un museo, disposición de información acerca de un destino en una agencia de viajes, el asesoramiento fiscal... Se trata entonces de un tipo de trabajo de persona a persona (tengo que decir en el presente la revolución digital está cambiando radicalmente también este sector). El factor humano es aquí el más importante. Cuando un turista regresa a su ciudad de origen después de su estancia en otro distinto al de su entorno habitual, el trato recibido, los recuerdos y las experiencias que la persona se lleva de ese viaje están también adheridas a todos los prestadores de servicios involucrados. Ejemplo: la sensación de bienestar o malestar al pisar el hotel se relacionará inevitablemente con la voz, la cara y el trato proporcionado por el recepcionista.


1)Parece ser que se ha superado la primera dimensión de la que Marx hablaba que se producía la enajenación del hombre con su producto: El producto del servicio se encuentra inherente en el prestador del servicio, es suyo. En el caso de la venta de productos, que es también un servicio (el vendedor no las realiza sino que las vende) pueden existir incentivos por comisión, lo que hace que el producto y el beneficio no sean únicamente propiedad del capitalista inversor.

2)La segunda dimensión parece también superada ya que al tratarse de un producto intangible, el proceso de la prestación del servicio dependerá de la manera de proceder de cada trabajador en el que se entremezclan muchos factores (educación, idiomas, simpatía, amabilidad, conocimientos, experiencia y una larga lista).

3 y 4)La prestación de un servicio hace que la relación entre el trabajador-cliente sea más empática, ya que se trata de satisfacer una necesidad o demanda. Se trata de una relación humana. El objetivo es que cada prestación se ajuste a las necesidades del demandante de manera que debe ser adaptada según las circunstancias.
Por otra parte se suelen desarrollar en las grandes empresas de servicios unas políticas corporativas para que el trabajador se integre en la empresa, se trabaje en equipo con una conexión a nivel interdepartamental, se ofrecen ventajas al trabajador por formar parte de la plantilla (descuentos, premios, viajes, etc.)

Y no sólo desde la relación trabajador-empresa (conjunto de trabajadores) sino también trabajador-entorno, ya que de cada vez más se intentan adaptar a la empresa las presiones sociales de conciencia con el medio-ambiente o sociedad (como es el caso de The Body Shop que lucha contra la pederastia o La Caixa con su obra social y fundación en el Gran Hotel de Palma, por nombrar algunos).


Y después de describir este mundo tan bonito y perfecto preparaos porque os voy a contar... la verdad!!!: que nos han engañado.


En la actualidad la gente continúa enajenada pero es una forma de enajenación más sofisticada y mucho más difícil de desentrañar debido a la complejidad que han alcanzado las relaciones en la sociedad actual.


En mi opinión existen en la actualidad 2 factores de enajenación que Marx no pudo contemplar: el márketing y el consumismo. Y la última se deriva de la anterior.

En el mundo actual absolutamente todo gira entorno al márketing, y no me refiero únicamente al márketing promocional televisivo, sino al márketing en todos los niveles, un márketing que se ha filtrado en las relaciones personales, en las laborales, en las decisiones políticas, e incluso en el humanismo y el arte (por ejemplo, es arte o es una obra de arte aquello que tiene detrás toda una campaña publicitaria que apoye que eso es arte). En la política actual sucede lo mismo, ya que las campañas de márketing no sólo publicitan un partido político o un personaje político, sino que además realizan una serie de estudios psicológicos para determinar qué factores emocionales pueden llevar un ciudadano a sentir simpatía por un partido o personaje político, y guían sus “meetings” para que hablen de una determinada manera e influir por la vía emocional en los ciudadanos, en lugar de hacerlo a través de una ideología o programa electoral sólido y bien argumentado. El resultado es una serie de ciudadanos que votan a partidos que jamás les beneficiarán con una fe que se escapa de la racionalidad, y un sentimiento de pertenencia a un grupo.

La libertad de elección está coaccionada por el márketing, que afecta también al mundo laboral. La percepción actual del trabajo en los países desarrollados es que el desarrollo profesional conduce al desarrollo personal. Algunos de nuestros padres o abuelos, vivieron en su infancia situaciones de miseria debido a la post-guerra civil española, y ello unido al crecimiento económico que se derivó del boom turístico de los '60 ha hecho que estas últimas generaciones, nacidas en democracia, crezcan con esa idea inculcada de que debemos tener un futuro mejor que el de nuestros padres, eso significa tener un trabajo mejor: un trabajo en el sector servicios, en el que se puedan desarrollar nuestras potencialidades y no en una cadena de montaje o recogiendo algodón en el campo. Sin embargo esta idea se ha ido distorsionando a causa del márketing y del consumismo y en lugar de desarrollar la creatividad o el bienestar de una sociedad, lo que se busca es un ESTATUS: quiero ser el primero en mi empresa para obtener el “estatus” de directivo, comprarme un BMW y veranear en las islas Fiji. Surge así una competencia en el puesto de trabajo para alcanzar dicho estatus. Es en este punto donde surge la enajenación del punto 4, la del hombre con el hombre, porque contrapone los mismos trabajadores. En muchas ocasiones se promueven las situaciones de competencia proponiendo premios en función de unos resultados a alcanzar, que no tiene otro objetivo más que el aumento del beneficio del capitalista dando lugar a conflictos entre trabajadores, y entre trabajador-directivo ya que el primero quiere ocupar el puesto del segundo. El trabajador del mundo actual se encuentra enajenado con el hombre.

Desde mi punto de vista a partir de aquí se deriva también la enajenación del trabajador con su género (3) y con su producto (1), ya que a pesar de que el servicio es inherente al propio trabajador, el sistema de comisiones descrito anteriormente no lo hace más suyo: por alcanzar ese aumento de sueldo (con el que podrá adquirir productos más caros y aumentar así el estatus social) es capaz de recurrir a estrategias no éticas con el ser humano y con el medio ambiente (fraudes, engaños, timos). El empresario utiliza el trabajador dándole esa comisión o “mejores condiciones de trabajo” (ascensos, coche de empresa, dietas, etc.) para augmentar su beneficio: también está enajenado.


Respecto a la segunda dimensión, la enajenación del trabajador con el acto de la producción, es difícil de determinar por la naturaleza intangible del servicio, sin embargo me atrevería decir que en esos términos, el trabajador también continúa enajenado en algunas ocasiones: en algunos casos, se le deja al trabajador un margen de actuación de manera que él mismo pueda determinar cómo actuar para la realización de su trabajo, e incluso se valoran rasgos de su personalidad ya que pueden encajar bien en la realización de un servicio (simpatía, hablar de una determinada manera). Sin embargo, todos conocemos el caso de algunos prestadores de servicios que no tienen ningún margen de libertad para decidir cómo realizar su trabajo, como son los agentes telefónicos, entre otros, que se asemejan más a un robot o máquina ya que tienen fuertes imposiciones y reglamentos que les describen al último detalle cómo deben proceder. Se trata una vez más de estrategias de márketing.


En el contexto de Marx, el augmento del beneficio del capitalista se producía, entre otras cosas, porque el trabajador se convertía en una mercancía más. Pienso que en la actualidad el trabajador no es tratado como una mercancía, sino como un número: hemos pasado de una economía real a una economía financiera, en la que los costes lo dominan todo, y la nómina de un trabajador es un coste más para la empresa, como el coste de las materias primas o de las instalaciones o de cualquier otro tipo, en lugar de ser pensada como una inversión (inversión entendida como una inversión humana que proporciona a la empresa un valor con sus conocimientos, técnicas y humanindad). De manera que ese coste se reemplaza por el más barato, evitando a toda costa situaciones en las que un trabajador puede “salir caro”: contratos basura, desigualdades de género (mujer y embarazo), e incluso el mobbing empresarial, es decir, el acoso del trabajador en su puesto de trabajo para que se vaya por su propio pie y ahorrarse así el pago de la indemnización por despido. Cuando llega el momento de realizar al trabajador el contrato indefinido por causas legales, éste se reemplaza por otro, al que se realiza otro contrato basura, evitando así situaciones de riesgo en el futuro e ignorando el tiempo y las enseñanzas que se le han invertido al trabajador. Esto es así, como he dicho, porque el trabajador no es una inversión sino un coste. El trabajador, más que una mercancía, es un número, de manera que continúa cosificado.


El humanismo del que se quiere dotar al mundo laboral actual es un humanismo disfrazado que oculta situaciones de enajenación más difíciles de determinar si utilizamos las dimensiones de Marx, de manera que habría que pensar la enajenación de manera distinta, en cualquier caso, mi opinión es que el trabajador continúa enajenado, aunque él lo ignore debido al mundo dominado por el márketing y el consumismo en el que vivimos.

martes, 20 de septiembre de 2011

Cuánto hemos cambiado

Personas a las que ves y crees que han cambiado. No sólo se ven distintos, sino que además se muestran y presentan distintos. En principio uno no los reconoce. “Ahora yo...” “Si, de hecho yo ya...” “No, la verdad es que ahora no...”. Pero en realidad no han cambiado ni un ápice. Tan sólo puede uno darse cuenta si en lugar de mirar los ojos en sus ojos, se mira el alma. O si en lugar de escuchar sus palabras, se escuchan sus actos. En ocasiones es evidente, pero a veces no nos damos cuenta hasta que es demasiado tarde.

Personas a las que ves y crees que siguen como siempre. Continúan con sus vidas. -”¿Cómo estás?” -“Bien, como siempre”- responden. Continúan con sus cónyuges. Los niños son más grandes, pero ellos trabajan en la misma empresa. O continúan con sus estudios. Llevan el mismo peinado. Siempre hará ese movimiento raro con la pierna al caminar. De hecho se le reconoce por esa chaqueta que tiene desde hace años.

Pero en realidad se ha transformado. Es otra persona. Ahora sus palabras no representan las cosas del mundo. Ahora sus palabras son hechos del mundo. El brillo en su mirada es ligeramente distinto aunque uno no se dé cuenta de ello en un primer momento.


Ha nacido una flor en su pecho. Y con cada paso en el mundo se abre más y más. La semilla es la misma, eso nunca cambiará. Pero sus pétalos inundan el espacio antes ocupado de vacía ingenuidad, ilusión, imaginación. Poder, esperanza.

No es algo negativo. Ahora es más sabia que antes y puede discernir a través de los ojos el valor de las auténticas personas. Ya no está atrapada en el mundo representado. Junto a su sonrisa siempre infantil hay una mirada más inteligente.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Mi profesor M. T.

Tengo en mi habitación un carrito con ruedecitas, utilizado comúnmente para colocar las verduras en la despensa, repleto de libros, ya que mi economía no da para comprarme una estantería como dios manda. Colocando mis libros estaba yo hace algunos días, cuando di con un libro que compré hace unos años: The catcher in the rye, de Salinger. Original en inglés. Lo compré en mi primer año de Turismo, al descubrir una tienda en la ciudad de libros en inglés y alemán. Ni que decir tiene que no lo he leído.
El caso es que tenía el libro entre mis manos y me detuve a pensar: “¿cuánto tiempo hace ya?”. Diez años. Diez años hace ya, de cuando mi profesor de inglés de 3ero de ESO nos recomendó que leyéramos El guardián entre el centeno.
Yo tengo la inmensa suerte de decir que he tenido profesores maravillosos. Desde luego, los mejores se pueden contar con los dedos de una mano (e incluso me sobran dedos) y uno de ellos es, indudablemente, M. T.
Cartorce o quince años tenía yo cuando M. nos enseñaba inglés en mi instituto. Recuerdo la época como una nube de ingenua felicidad, melodrámadica a la vez por esos pequeños grandes problemas de una pubescente, completamente alterada por las hormonas, en la que la razón de mi vida giraba únicamente en torno a mis amigos, y me pasaba el día haciendo tonterías. Debíamos de ser un coñazo para M. Pasábamos completamente de los profesores. Pero a pesar de ello, nos dejó huella a mí y a la mayoría de mis compañeros. Nos resolvía las dudas de biología; llevábamos música a clase; Nos contaba anécdotas de Londres y del extraño humor inglés; Sus historias nos dejaba completamente embelesados. A mí me trajo una biografía de Boney M en inglés que todavía conservo. Recuerdo que cuando nos contó que le gustaba la música jazz, mis amigas y yo buscamos algo de jazz para escuchar.

Con todos esos recuerdos en la mente me pregunté qué habría sido de M., así que me puse en plan CSI con el dios Google y descubrí que es traductor para la editorial Acantilado. Sin pensármelo dos veces me fui a la librería que tengo al lado de casa para llevarme lo primero que encontrara traducido por M. y adquirí La tía Mame de Patrick Dennis.
Y ayer no pude soltar el libro en toda la noche. Es divertidísimo, ¡hay tanto de mí en la tía Mame! Por suerte, mi único sobrino (de diez años también) no es huérfano, pero sí intento llevarle más allá de la educación que recibe en su colegio aburrido. Me reconozco en la ingenuidad y en la mala (y a la vez buena) suerte de esa dama excéntrica e inquieta.

Ahora que han pasado los años, he ido a la Universidad, he trabajado, he aprendido también cosas de la otra universidad (la de la vida), puedo apreciar de corazón la labor de esos profesores que con tanto cariño recuerdo. Y en este caso, la de M. Quizás algún día tenga la suerte de encontrármelo en un restaurante, en una conferencia o simplemente por la calle, y pueda darle en persona las gracias, por haberme enseñado algo en la vida (aunque la lista de los verbos irregulares continúe siendo una pesadilla), por haberme dado ejemplo, por despertarme la curiosidad. Hasta entonces sólo puedo hacerlo desde aquí.
Voy a comenzar el segundo ciclo de la Licenciatura en Filosofía. Al fin he encontrado mi pasión. Y me gustaría algún día ser una profesora como él.
Prometo que voy a leer The catcher in the rye, aunque sea diez años después, claro que sí!

miércoles, 29 de junio de 2011

Naranja, rojo, verde

Hace un tiempo que la chica cree que algo ha cambiado.
Sumida en el más profundo dolor, creyó ver al maldito (a partir de ese fatídico día y para siempre, se llamará de esta manera) deleitándose con un relajado y tranquilo paseo junto a una señorita pelirroja bajo la ventana de su habitación. Esa ventana junto a la que, en las largas noches de verano del 2007, no podían parar de hacer el amor, a través de la cual se proyectaba en las paredes la luz anaranjada de las farolas de la avenida, en forma de rayas discontinuas, deformadas por las ranuras de la persiana. Solía dormirse con la cabeza sobre su pecho observando las rayas naranjas en su pared, hasta que cerraba los ojos y entonces todo lo que veía era la oscuridad del sueño.

La chica montó un drama histérico y sus amigos, en un intento de consolarla, la llevaron a uno de esos centros de ocio a cenar y a jugar a los bolos...

Al día siguiente, después de una noche sin dormir y un terrible dolor de cabeza, le vio otra vez. Y sin más, desde el intenso dolor y profundo abismo en el que se hallaba, apareció una fuerza insospechada que le subió desde las entrañas hasta el pecho y le inundó el corazón: ahí se encontraba ella, junto a un extremo del paso de peatones con el semáforo en rojo mirando fijamente al maldito que, acompañado por la señorita pelirroja (pelirroja-naranja), se situaba en el otro lado de la calle. La fuerza de su pecho se proyectó en los ojos del maldito a través de su mirada, más brillante que el cabello de la pelirroja, tan llena de odio que ardía en fuego como el rojo Ampelmann, rojo, quieto, estupefacto.

“No se trata de rencor, sino de odio” dice Panero. Ahora la chica le entendía.

El maldito la vio. Ella creyó distinguir en él una mirada de preocupación, y de sorpresa. Incluso, de súplica, ante el manifiesto desastre que se iba a desencadenar en unos segundos.

El semáforo se puso en verde, y para dramatizar aún más la escena, la chica se quedó de pie en ese lado de la calle, con los brazos cruzados y su mirada de odio clavada en el maldito, que empezó a avanzar hacia ella cruzando el paso de peatones junto a la pelirroja. Ella le esperaba para plantarse delante de él.

Y de repente, a tan sólo dos pasos del maldito, descubrió que el maldito no era tal.

Se le parecía muchísimo pero no era el maldito.


Comenzó a andar y se dio cuenta de que sus piernas estaban temblando. El odio dio paso a un gran alivio, sin embargo, un alivio de muy mal sabor, tal como cuando te comes una cereza pasada y es amarga. Porque quería que fuera él, quería obligarle a presenciar lo que en ese fatídico día él quiso evitar. Durante los segundos en que el Ampelmann se mantuvo en rojo ella pensó que era él, y no quiso esconderse, huir, desaparecer, sino hacerle frente, plantarle cara, clavar sus ojos en los suyos y que jamás se olvidara de esa última mirada, que se reencontrara con su rostro, esto es, con sus demonios.
Entonces, ¿le había vencido, aún cuando no se tratara del maldito? Creyó haberle visto con otra chica pero el dolor se convirtió en fuerza, que le permitió ponerse en pie, salir de la habitación de paredes acolchadas, darle una bofetada a su miedo. Su semáforo se había puesto en verde al fin.

Caminando hacia la plaza España, esquivando perros y pelotas de niños, cayó en que el falso maldito llevaba una camiseta de AC/DC, y eso no era posible en el auténtico maldito. Bueno, más que imposible, mejor decir que era poco probable, ya que como dice Arendt, citando a Rosset, “Los hombres normales no saben que todo es posible”; como ella ya no es normal (si es que en alguna ocasión lo fue; más bien pretendió serlo), ha aprendido al fin que todo es posible.

Por cierto, ¿qué debió pensar el desconocido acerca de la mirada de la chica fija sobre él, ininterrumpida y llena de odio? ¿Y la pelirroja?

Hace un tiempo que, sola en su cama, observa las rayas naranjas en las paredes de su habitación, pero ya no le duele.

sábado, 28 de mayo de 2011

Michel de Montaigne y la tolerancia: asunto del 2011

Tal y como Sócrates, un hombre extraño que a pesar de no salir nunca de su ciudad, Atenas, fue considerado como el más sabio de su tiempo, Michel de Montaigne, retirado en su castillo nos dejó plasmado en sus ensayos su pensamiento, que a día de hoy en 2011, calificaría de muy sabios, ya que nos muestra una lección que aún no se ha aprendido: la tolerancia.


En sus escritos se puede observar un lenguaje dubitativo, derivado de su escepticismo y en ocasiones, pesimismo, al referirse al hombre, a la raza humana: la califica como no más superior a los animales, y califica esa idea como una falsa pretensión, porque no podemos creer nuestros razonamientos. La razón humana, el logos, no es universal, sino que es particular, y además cambiante, volátil y diversa. Esa es la idea que deja ver en la Apología de Raimundo Sabunde, capítulo 12, libro segundo.


En sus ensayos Montaigne nos habla de tolerancia, siguiendo su línea de pensamiento, si la razón no es universal sino que es particular y diversa, ninguna está por encima de otra, ya que no podemos confiar en la verdad de nuestros razonamientos (más bien en la validez). De manera que promueve un respeto hacia las otras culturas, la tolerancia entre ideas. Montaigne desprecia la violencia, en concreto se refiere a los conflictos religiosos entre católicos y protestantes y el fanatismo que conlleva casi siempre este tipo de guerras. El fanatismo va en contra de la tolerancia y el respeto. Además de los conflictos religiosos, el pensador francés vivió la conquista del nuevo mundo, a la que definía como “viles victorias” por la esclavitud a la que sometían al pueblo nativo.


Michel de Montaigne profesa la relatividad cultural, un tema del que hablaba Heródoto en “Los nueve libros de historia”. En el fragmento número XXXVIII del Libro III de los Nueve Libros de la Historia, Heródoto expone que para cada hombre la mejor ley es la de su patria, y para ilustrarlo cuenta una anécdota ocurrida al rey Darío en la que comparó las costumbres entre unos indios llamados Calatias y los griegos al morir los familiares. Para los primeros es una costumbre bien vista y normal comerse los cadáveres de los padres, mientras que para los griegos eso es impensable y su costumbre es quemarlos, una blasfemia para los Calatias. En ese fragmento se habla sobre el relativismo moral en distintos pueblos, tema que recoge Montaigne reconociendo que las leyes, las morales y las religiones de diferentes culturas, —aunque a menudo diversas y alejadas en sus principios— tienen todas algún fundamento. «No cambiar caprichosamente una ley recibida» constituye uno de los capítulos más incisivos de los Ensayos.


Es importante tener en consideración estas ideas y realizar una reflexión. La diversidad cultural y de opinión es hoy en día fuente de muchos problemas, podemos verlo en televisión, en los periódicos, incluso a pie de calle, esperando en la parada de autobús. A través de los ojos de Montaigne, la multiculturalidad no sería problema, más bien riqueza, humanismo. De ahí la grandeza de nuestro autor, que habla de hombres, a hombres, no de eruditos a eruditos, porque son temas humanos.