Personas a las que ves y crees que han cambiado. No sólo se ven distintos, sino que además se muestran y presentan distintos. En principio uno no los reconoce. “Ahora yo...” “Si, de hecho yo ya...” “No, la verdad es que ahora no...”. Pero en realidad no han cambiado ni un ápice. Tan sólo puede uno darse cuenta si en lugar de mirar los ojos en sus ojos, se mira el alma. O si en lugar de escuchar sus palabras, se escuchan sus actos. En ocasiones es evidente, pero a veces no nos damos cuenta hasta que es demasiado tarde.
Personas a las que ves y crees que siguen como siempre. Continúan con sus vidas. -”¿Cómo estás?” -“Bien, como siempre”- responden. Continúan con sus cónyuges. Los niños son más grandes, pero ellos trabajan en la misma empresa. O continúan con sus estudios. Llevan el mismo peinado. Siempre hará ese movimiento raro con la pierna al caminar. De hecho se le reconoce por esa chaqueta que tiene desde hace años.
Pero en realidad se ha transformado. Es otra persona. Ahora sus palabras no representan las cosas del mundo. Ahora sus palabras son hechos del mundo. El brillo en su mirada es ligeramente distinto aunque uno no se dé cuenta de ello en un primer momento.
Ha nacido una flor en su pecho. Y con cada paso en el mundo se abre más y más. La semilla es la misma, eso nunca cambiará. Pero sus pétalos inundan el espacio antes ocupado de vacía ingenuidad, ilusión, imaginación. Poder, esperanza.
No es algo negativo. Ahora es más sabia que antes y puede discernir a través de los ojos el valor de las auténticas personas. Ya no está atrapada en el mundo representado. Junto a su sonrisa siempre infantil hay una mirada más inteligente.
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